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Toda historia tiene un inicio... Las crónicas de la ciudad en llamas (El Uni

  • Foto del escritor: Iván Albarracín
    Iván Albarracín
  • 11 dic 2016
  • 3 Min. de lectura

Agarró con fuerza un número abultado de hojas escritas sujetas con una débil grapa oxidada, sorteó los obstáculos que la ingesta masiva de alcohol había interpuesto en su camino y llegó a la chimenea que seguía alimentándose de sus proyectos abortados.

Se acercó y pudo notar el calor en su rostro. Quería sentir algo que le recordara que aún permanecía con vida, había olvidado muchas cosas, quizás demasiadas.

Su mano se deslizó con sigilo y dejó caer las páginas que empezaron a agonizar, revolviéndose hasta convertirse en ceniza.

Repitió la operación, pero cuando estuvo a punto de asesinar a sus últimas ideas escritas se detuvo. Leyó la última página del dossier y rio con fuerza, emitiendo una carcajada que retumbó en las paredes. Decidió salvarla, ni siquiera tenía claro el porqué, pero lo hizo, llevándosela con él.

Se dirigió al lavabo y a duras penas consiguió abrir el grifo de la bañera. Esta le respondió emitiendo un sonido gutural, casi animal y empezó a vomitar agua. Mientras el líquido subía de nivel, Adrián cogió el bote circular de un somnífero de marca bastarda y lo vació en su garganta.

Cerró el grifo y se introdujo dentro, sin soltar la hoja. Notó la elevada temperatura del agua pero no le importó, necesitaba relajarse, notar que la situación estaba bajo control.

Miró a su derecha y sujetó una afilada hoja de afeitar estratégicamente colocada. Estuvo muy cerca de acabar en el fondo por su mal pulso, pero un movimiento reflejo consiguió evitarlo.

Observó aquella hoja diminuta y un cúmulo de sensaciones contradictorias cruzaron por su mente. Miedo, duda, angustia y desesperación se habían aposentado en su cerebro. Parecía que la vida que estaba a punto de marcharse para siempre de su cuerpo no iba a claudicar tan rápido. No era tan fácil quitarse de en medio como había pensado.

Un ruido desagradable expulsó a sus pensamientos, situándole en la realidad. No estaba solo en casa. Tal y como le habían advertido, ellos se encontraban en su casa. Estaban dentro.

No le quedaba otra salida. Si no lo hacia él, lo harían los intrusos, así que rasgó su piel, dibujando una línea vertical en su muñeca derecha e hizo lo mismo con su gemela. Acto seguido notó un dolor dulzón y suave. A los pocos segundos, las escasas fuerzas que quedaban en pie comenzaron a abandonar el lugar.

Sus ojos, antes de cerrarse definitivamente, captaron la imagen de dos figuras oscuras y borrosas que rebuscaban entre sus libros y documentos. Sus sentidos empezaban a desgastarse pero no tenía ninguna duda de que eran ellos y buscaban el Universo dormido. Aquellos que propiciaron su muerte, se encontraban junto a él, buscando el documento que podía arruinar para siempre su atroz forma de entender la vida. Pero solo encontrarían cenizas.

Una de las figuras se acercó y observó al moribundo, que permanecía inmóvil. Sabía que el inquilino agonizaba y que ya no representaba ningún peligro para su causa pero aún así, decidió comprobar que aquel molesto periodista caído en desgracia ya no sería un obstáculo, incluso parecía disfrutar del espectáculo.

Adrián no pudo evitar esbozar una última sonrisa irónica. Sabía que por mucho que buscaran no encontrarían jamás la copia completa de aquel documento. Él no había podido detenerlos pero otros continuarían su legado. Tarde o temprano alguien se enfrentaría a ellos.

−¡Qué os jodan, hijos de puta! Qué… −balbuceó Adrián poco antes de que su vida se alejase de su cuerpo para siempre.

El agua fue abandonando su color neutral hasta adquirir progresivamente el tono rojizo propio de la sangre.

Antes de marcharse del mundo terrenal, dejó caer la página que había conservado al agua. Esta, mojada y ensangrentada, decidió mostrar su final al mundo que tanto le había despreciado, enseñando sus últimas frases como si quisiera imitar la conducta de su autor. Sería su homenaje póstumo por haberla salvado de la quema. La tinta, antes de ser absorbida por el agua, dejó que las palabras pudieran fluir por última vez:

“Nos hemos convertido en reyes decadentes que creen poseerlo todo. Aún así, somos terriblemente infelices. Vivimos como estrellas apagadas en un Universo dormido.”

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