Desorientado
- Iván Albarracín
- 28 dic 2016
- 2 Min. de lectura
Abrió los ojos.
Lo había conseguido tras innumerables intentos fracasados, ocasiones malgastadas y esfuerzos vanos, aunque su visión aún era deficiente, casi nula. Sólo figuras borrosas y formas sin definir se habían presentado ante él. Los colores que le acompañaban no conseguían imponerse de forma autoritaria, estaban mezclados entre sí como si pertenecieran a un todo desconocido y lúgubre.
Una extraña sensación invadió sus oídos. Era un desagradable cosquilleo que, de tanto en tanto, le visitaba. Sintió que otros como él, sufrían y gritaban desesperanzados ante un mundo atroz. Escuchó aquel dolor y sintió como la tristeza se apoderaba de él.
Su nariz empezaba a despertarse también. Aromas indescriptibles se pasearon por su olfato, venciendo la timidez propia de sus otros sentidos.
Las tripas, dominadas por una variedad deliciosa de olores, rugían con una fuerza desconocida, provocando en él un sufrimiento angustioso, como si su vida pudiera desaparecer en cualquier momento. Tenía que alimentarse para sobrevivir.
Movió los brazos de un lado a otro pero sólo consiguió angustiarse aún más. Sus manos se habían llenado de una sustancia desconocida que le impedía moverse como él hubiera querido. Se sentía preso en un lugar extraño y sólo deseaba escapar de allí, su propia vida podía estar en juego.
Una inquietud creciente fue apoderándose de él, ya no se trataba de un sentimiento aislado que le visitaba muy de vez en cuando, sino de un estado permanente de alerta que empezaba a aterrorizar su existencia.
Los cosquilleos en su oído se fueron volviendo cada vez más agresivos y repetitivos. Existía un peligro latente que no podía ser identificado pero que parecía perseguirle sin descanso. No podía permitir que nadie le amenazara. Decidió pasar al ataque aunque se trataba de una reacción ciega con escasas probabilidades de éxito, pero se defendería.
Golpeó con fuerza y esperó el contraataque de su enemigo invisible pero este no llegó. Para su sorpresa sólo un sonido dulce y suave se acercó hasta él, exterminando de golpe el miedo que iba desarrollándose en su interior.
No pudo evitar sonreír y cerrar los ojos. Volvía a encontrarse en calma…
El día había nacido gris y lluvioso. Julia repitió la rutina de cada mañana. Hizo café, preparó las tostadas y encendió el televisor. Las noticias la sumieron en una profunda desesperación, parecía no haber esperanza en las imágenes que mostraba la caja negra.
Suspiró con cierto desasosiego y se sentó en el sofá. Decidió calmarse y volvió a respirar profundamente.
En aquel instante, notó una patada en el interior de su vientre. Su hijo parecía inquieto. Desde que había encendido la televisión no había parado de moverse, así que decidió apagar el telediario matutino y centrarse en la vida que llevaba en sus entrañas.
"Tranquilo mi pequeño. Mamá está a tu lado para protegerte. No le hagas caso a esas personas, están locas. Aunque te parezca un poco raro en estos tiempos que corren, el mundo aún merece la pena. Ya lo verás. Ahora descansa…"

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